El sol empezaba a caer. Sus halos de luz otoñales entraban por las ramas de las empalizadas y los cristales de los ventanales del centro comercial de la Vila como varas radiantes que fingen transportar una visión de esperanza. Pero no había lugar para ella. Ya no.
Contando aquella tarde, llevábamos tres meses y nueve días enclaustrados en ése lugar. Un lugar que en principio era esclavo de la decadencia y que terminó siéndolo de la más injusta miseria. Los víveres del supermercado se habían reducido drásticamente y los que aún quedaban sobre los estantes no eran más que amasijos pestilentes de comida putrefacta. Ése no era el único problema; los generadores de energía del centro hacía mucho que habían dejado de funcionar. Ya no teníamos electricidad y los congeladores se habían convertido en cámaras tan espaciosas como inservibles. en definitiva habíamos vuelto a la Edad Media.
Diario de un Zombie – Sergi Llauger