Refugio Téyotl


«Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas, nunca la podra olvidar» – Proberbio Tibetano

El más duro de los refugios del Iztaccíhuatl contemplando el paso del tiempo desde las alturas.

La aventura empieza desde el sábado, nos quedamos de ver a las 2pm en el punto de reunión habitual. Nos vamos encontrando y nos saludamos con mucho gusto de compartir esta nueva aventura. Cargar las mochilas en la camioneta es solo el primer paso de un viaje que promete desafíos y momentos inolvidables.

El camino presenta algunos retos. El tráfico aumenta considerablemente debido a dos factores: el inicio de las vacaciones de Semana Santa y las obras en la carretera. A pesar de algunos contratiempos mecánicos y las paradas técnicas, la determinación y el buen humor del grupo no se debilitan.

Por fin llegamos al Parque Dos Aguas, ubicado en las orillas del pueblo de San Rafael. Un oasis de naturaleza nos da la bienvenida con sus verdes paisajes y la promesa de aventuras inolvidables. Dejamos la camioneta con todas nuestras pertenencias y nos dirigimos a buscar algo rico para comer. No podemos resistirnos a la tentación de los tacos de cecina y las quesadillas, acompañadas de un café de olla. Ha caído la noche y caminamos por unos minutos hacia el pueblo hasta una pequeña tienda para comprar los últimos suministros antes de la caminata.

Regresamos a la camioneta y vemos que un club de motociclistas se apoderó de la zona donde pensábamos acampar. al parecer tienen ganas de desvelarse. Nos subimos a la camioneta y avanzamos unos metros más adelante a un área despejada. Comenzamos a desempacar y a montar el pequeño campamento. Hay un cielo despejado y una luna llena hermosa y brillante. Nos quedamos platicando un rato al calor de una pequeña fogata y nos preparamos para dormir.

Es difícil conciliar el sueño en estas circunstancias, ya que la anticipación de la aventura que estás por experimentar mantiene tu cerebro activo. Adicionalmente, la música a todo volúmen de los motociclistas que llega hasta nuestro campamento. Me pongo mis audífonos con música tranquila y dormito por ratos. La alarma está configurada para las 4:00 am, pero despierto unas 3 veces antes de esa hora. En punto de la hora comienzan a sonar las alarmas de los celulares marcando la hora para levantarnos. Aprovecho para usar las instalaciones con sanitario que están en la entrada del parque, es más cómodo que ir al bosque directamente, pero hay que caminar solo por unos 10 minutos en la oscuridad. Regreso y terminamos de recoger las tiendas de campaña y organizar lo que vamos a cargar durante el camino, probamos las lámparas y en punto de las 5:00 am comenzamos a caminar.

Un perro enorme, que mi hermano bautizó como «El Guardián», se une a nuestro grupo y marca la partida con un par de fuertes ladridos. Caminamos unos 200 metros hasta «El tubo», donde comienza una abrupta subida hacia la derecha. Literalmente es un tubo enorme de acero por donde aún baja agua a las poblaciones cercanas, antes se usaba para suministrar la fábrica de papel que había en la zona hace muchos años. Hay una terracería que va serpenteando hacia arriba, así que por tramos tomamos la terracería y por tramos cortamos por senderos un poco más empinados.

A pesar de que es temprano, en realidad no hace mucho frío así que aprovecho un pequeño descanso para quitarme la camiseta térmica y quedarme solo con la playera. Seguimos subiendo hasta llegar a Plan de la Cuesta. Hay una pequeña presa, algunas casas de campamento y una cabaña donde venden comida; aunque aún está «cerrada» todas las ollas y utensilios están a la mano, supongo que debe ser mucho trabajo estar bajando y subiendo cosas así que mejor las dejan ahí. Nos percatamos de que dos compañeras y Cristina, la guía, aún no llegan así que Javier, el otro guía, regresa para encontrarlas, después de unos minutos nos alcanzan, habían tomado una curva diferente y llegaron por otro sendero.

El cielo empieza a clarear y se escucha el murmullo del viento soplando en la copa de los árboles. Reanudamos la caminata, esta vez por un camino ancho que va atravesando el bosque. Se escuchan las aves que se despiertan con la primera luz del día, entre ellos, el inconfundible repiqueteo de los pájaros carpinteros. Después de un buen rato, por fin llegamos a Nexcolango.

El Sol ya se levanta por encima de la Iztaccíhualt y hay más movimiento de personas. Tanto los que se quedaron a acampar, como los propietarios de los negocios instalados en unas pequeñas construcciones de madera, quienes pasan el fin de semana ofreciendo comida y bebidas a los viajeros, ya que desde este punto parten varias rutas hacia todo lo largo del volcán. Hay una presa más grande que la anterior y es perfecta para las fotos pues la Iztaccíhuatl se refleja totalmente en su superficie.

Aquí nos damos una idea de lo complicado que parece llegar a nuestro destino, ya que la imponente mujer dormida tiene unas formas muy capichosas y a la distancia, bastante verticales como para poder acceder por esas rutas. Sin embargo, en mi poca experiencia trepando cerros he podido darme cuenta que lo que en muchas ocasiones pareciera inaccesible a la distancia, es de alguna manera transitable cuando ya estás ahí.

Luego de la hidratación y un pequeño refrigerio, continuamos caminando a través del bosque, a veces en un sendero amplio, a veces cortando por alguno más angosto, y otras más, haciendo el propio camino entre el clásico zacatonal de alta montaña tan común en el Eje Neovolcánico que atraviesa el país de Este a Oeste. El camino es siempre hacia arriba y de pronto a nuestra izquierda aparecen a lo lejos el Telapón y el Monte Tláloc, los cuales se elevan a mas de 4000m.

Llegamos hasta un amplio claro que en tiempos de deshielo es una gran ciénaga y desde aquí podemos ver cada vez más cerca la cabeza y el pecho de la mujer dormida. En primer plano podemos apreciar dos formaciones rocosas casi verticales, los Yautepemes, que se dice son los guardianes de la Iztaccíhuatl. Aquí bajo la sombra de los árboles hay algunas grandes rocas que parece que están dispuestas para sentarse a platicar. Así que tomamos un pequeño descanso, mientras Javier nos cuenta que más adelante hay una abrupta subida pero que manteniendo un paso firme y un ritmo tranquilo, podremos superarla sin demasiado problema.

Retomamos la marcha y después de avanzar por este gran valle, hay una desviación abrupta hacia la izquierda en el camino, y empieza la subida. En verdad es una pendiente bastante pronunciada, aunque no es algo a lo que no estemos acostumbrados. La ventaja es que el camino es ancho lo cual permite ir caminando en zig zag y de esta manera ir subiendo en diagonal, castigando menos a las pantorrilas.

De uno en uno vamos llegando al final de la pendiente y tomamos un brevísimo descanso en lo que todos terminan de subir. Se reanuda la marcha por un camino un poco más plano, pero dura poco. Giramos a la izquierda y empezamos a avanzar por una arista que nos irá acercando cada vez más al Izaccíhuatl. exactamente enfrente de nostros empieza a aparecer el Pico Téyotl, que con sus más de 4,600m es una de las cimas más altas del país. Poco a poco la densidad del bosque va disminuyendo y los árboles se agrupan en pequeños cúmulos cada vez más dispersos. No hay ninguna nube y hay que protegerse bien del Sol para evitar quemaduras.

En el límite del bosque tomamos el último descanso, son justo las 11:11 am. Hace poco más de 6 horas que comenzamos la caminata y el cansancio comienza a sentirse en el cuerpo, aunque aún me siento fuerte. La meta es llegar al refugio a más tardar a la 1 para que no se nos haga de noche en el regreso. Como quiera traemos las lámparas con las que salimos en la mañana para cualquier eventualidad, pero hay que tratar de apegarse al plan inicial.

Emprendemos nuevamente la caminata, salimos del bosque y a nuestra derecha se muestra imponente una gran formación rocosa «El Solitario». La vista es majestuosa, con el Sol iluminando sus contornos y creando sombras que resaltan su magnificencia. Lo vamos rodeando y al girar hacia la derecha, se revela una vez más la cabeza de la Iztaccíhualt. Enorme e imponente como siempre dominando el paisaje con su presencia poderosa y etérea. Es un momento que invita a la reflexión, a detenerse y admirar la belleza de este paisaje natural.

Mientras me tomo una breve pausa al lado del camino para recuperar el aliento saco por milésima vez una foto. Como si fuera posible capturar algo de eso con la cámara del celular. Como si no supiera que una foto no logra ni un poco transmitir la escencia de lo que es estar en este mundo mágico. Es como intentar atrapar el viento en un frasco, un instante efímero que se desvanece ante la inmensidad de la experiencia.

El sendero se desvanece a la distancia, pero sé que el destino está en esa dirección. No hay pierde ya que los bordes de las montañas que nos rodean nos indican que solo hay una dirección para avanzar y aquí cada quien ya va a su propio ritmo. Nuevamente la perspectiva me engaña y el camino no parece tan largo hasta que Ulises y Daniel se adelantan y no desaparecen de la vista, solo se ven cada vez más pequeños a la distancia confirmando la vastedad de este entorno montañoso.

El terreno está salpicado por cientos de rocas que van desde unos centímetros hasta unas decenas de metros, que con el paso de los siglos se han ido desprendiendo. De aquí toma su nombre el Téyotl que en náhuatl significa «Donde nacen las piedras». Aunque algunos pueden pensar que forma parte del Iztaccíhuatl, los geólogos consideran que es una formación independiente y una de las más antiguas de la región.

Esta última parte del recorrido ascendente me parece eterna. Por momentos voy meditando en silencio. Hablo con la montaña y le pido fuerzas. Me detengo unos segundos para darle un trago al agua y continúo. Así hasta que a lo lejos veo una pequeña construcción de lámina y madera con un techo a dos aguas con el característico color plateado con franjas rojas.

Se logró, me abrazo con mi hermano y de pronto una lágrima rueda por mi mejilla. Estos paisajes siempre logran remover algo en mi interior, sumado al esfuerzo que conlleva recorrerlos es una sensación por momentos abrumadora.

Tomamos un descanso un poco más prolongado que los anteriores, comemos lo que queda de la comida de marcha, dosificamos lo que resta de agua y electrolitos, y aprovechamos para tomar unas fotos con el grupo. Tratamos de recuperar fuerzas sin ponernos demasiado cómodos pues apenas estamos en la mitad del recorrido total.

Poco después de la 1, emprendemos el camino de regreso. Podrían pensar que el camio de bajada es más sencillo pero por momentos es igual o más complicado que de subida. Hay que cuidar el no resbalarse y hay que ir dando cada paso con cierta técnica para no acabarse uno las rodillas en los primeros minutos. A nuestra izquierda está El Solitario que desde aquí se ve mucho más pequeño, y que marca en donde tendremos que girar para volver hacia el bosque.

Poco después de cruzar la arista y antes de llegar a aquella pendiente tan pronunciada, Javier nos propone que podemos buscar una ruta con una menor pendiente, y si no logramos llegar hasta la ciénaga, siempre podremos caminar a la derecha para reencontrar el camino. Así lo hacemos y las rodillas son menos castigadas por este camino, aunque el golpeteo de los talones en cada paso comienza a pasar factura. En esta etapa del recorrido los descansos son menos frecuentes que en la subida y mucho más cortos.

Pasando la ciénaga, tomamos un respiro en las rocas que comenté anteriormente. Compartimos un poco de lo que nos queda en las mochilas y continuamos hacia el bosque. Vamos cortando camino entre el zacatonal y por fin llegamos a Nexcolango. En las cabañas están vendiendo comida y bebidas. Se nos indica que solo estaremos 10 minutos y pienso que si me siento a comer algo me costará más trabajo continuar caminando. Me pido una coca cola que podría haber estado más fría pero en estas circunstancias me sabe a gloria.

Después de descansar los pies dejándolos colgar de una banca, me paro para continuar y siento fuego en las plantas. Sé que no me conviene detenerme pues solo me dolerán más en cada descanso. Por momentos logro poner mi mente en blanco y bloquear el dolor mientras seguimos caminando. Voy platicando con mi hermano de muchos temas y logro distraerme, aunque por momentos el dolor y el cansancio regresan.

El camino de regreso me parece mucho más largo que en la mañana, y despues de no sé cuanto tiempo, llegamos a Plan de la Cuesta. Todos se toman un breve descanso pero yo prefiero permanecer de pie, moviéndome para no entumirme. Aún falta como una hora para terminar el recorrido. Sin mucha demora, continuamos el decenso, una parte por la terracería, otra parte cortando por los senderos y así vamos hasta que el tubo aparece nuevamente. A lo lejos se alcanza a ver el movimiento que hay en la parte más baja del parque y las piernas casi que me tiemblan, sabiendo que ya estamos por llegar. Por fin llegamos a la camioneta y solo pensamos en ponernos una ropa más cómoda e ir a comer algo.

El ascenso fue una gran prueba física y mental, pero la recompensa de las vistas y paisajes siempre es un regalo invaluable. Este tipo de recorridos nos ayudan a descubrir la fuerza que habita en nuestro interior y la capacidad que tenemos para superar obstáculos que antes parecían imposibles.

Acerca de Adrián Mendoza

Amante de la música, lector empedernido de novelas épicas, policiacas y de ciencia ficción; fotógrafo amateur, paracaidista en salto tándem, miembro activo de la Steeler Nation, entusiasta de aprender idiomas, cinéfilo por ocio, ciclista urbano y trepa-cerros.

Publicado el 1 abril, 2024 en Delirios, Trepando cerros y etiquetado en , , , , , . Guarda el enlace permanente. 1 comentario.

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