El Refugio 19 del Grupo de los Cien


La cumbre no es el objetivo final, es solo el punto medio del camino.
Reinhold Messner

Todo comienza un día antes de la visita a la Iztaccíhuatl, vamos a comprar algunos aditamentos que nos harán falta. Ya saben esos dichos sobre la ropa, herramientas y accesorios para la montaña. Si es bueno y ligero, no es barato; si es bueno y barato, no es ligero; pero si es barato y ligero, tal vez no sea tan bueno. Hay que encontrar un balance entre estos aspectos, porque no queremos que nuestro equipo falle en una situación de alto riesgo.

Ya con casco y mochila nuevos para la acción, empacamos todo lo necesario e intentamos dormirnos temprano, aunque casi nunca funciona. A pesar de nuestros esfuerzos por descansar antes de la gran aventura, la emoción y la anticipación suelen mantenernos despiertos hasta altas horas de la noche. Es la primera vez que hago esta ruta en la Iztaccíhuatl me imagino los paisajes que se podrán observar. Hace unos meses pude conocer el Refugio Otis McAllister, pero el camino es muy distinto.

Por fin llega el domingo y nos levantamos a las 4 am para preparar las tortas de huevito y alistar los últimos detalles de nuestro equipo. Al parecer habrá buen clima, pero siempre hay que prevenir los cambios repentinos en el estado del tiempo así que chamarras e impermeable también van a la mochila.

Salimos rumbo al punto de reunión y llegamos antes de las 6:00 am. A esta hora coinciden los distintos especímenes de la fauna madrugadora/trasnochadora. Aún de noche, el ambiente se impregna de diversidad, es como si la ciudad se fuera despertando de manera gradual. Un par de colegas saliendo del bar tambaleándose todavía con saco y corbata, un grupo de runners entrenando, unos jóvenes cantando por una banqueta, el taquero de la esquina que vende 24 horas y uno que otro individuo en botas que va cargando una mochila que mide un poco más de la mitad de su cuerpo. A Ulises, a Beto y a mí, nos toca jugar en este último equipo.

Poco a poco vamos viendo más rostros conocidos y la jornada comienza con la camaradería entre los aventureros. Unos minutos después llega la camioneta de Senderismo México, nos acomodamos y nos alistamos para salir rumbo a Paso de Cortés. El camino es tranquilo y por fin llegamos a «La pluma». Aquí comienza un camino de terracería en el que vamos rebotando por varios minutos, mientras el Popocatépetl nos ofrece una gran vista, al parecer amaneció bravo, pero en el transcurso del día se irá calmando. Mientras más nos acercamos, vemos pequeños campamentos instalados en el camino. La mayoría están vacíos pues sus ocupantes están algunos kilómetros más allá. Esfozándose en alguno de los muchos senderos que recorren a la Mujer Blanca.

Nada más bajar del vehículo, la montaña nos recibe con su imponente presencia, dispuesta a poner a prueba la determinación y valentía de cada uno de los presentes. El Sol comienza calentar el ambiente pero en la sombra aún hay hielo en el suelo. Ajustamos las capas para iniciar la caminata, en lo personal prefiero empezar con frío, ya que normalmente entro en calor y comienzo a sudar muy rápido. Los guías nos dan algunas indicaciones y después de algunas bromas que crean un ambiente de compañerismo, empezamos a caminar. El primer tramo hacia «La joya» es de unos 10 minutos pero sirve para desentumecerse y ajustar las correas de la mochila. Estamos a unos 3,900 metros sobre el nivel del mar.

Aquí es donde le pido permiso a la montaña para que nos deje subir por sus senderos y llegar hasta donde sea posible. Consciente de que nada está escrito, no está de más tener ayuda extra en el recorrido, más porque aún hay zonas con nieve y hielo que se ven como pequeñas manchas a todo lo largo de la montaña.

Nada más llegar a «La joya» tomamos un sendero hacia la derecha y de aquí en adelante, practicamente todo el camino será cuesta arriba. Vamos bordeando entre pastizales, tierra y un poco de nieve; entrando poco a poco en calor con cada paso, ya que como aún es muy temprano y el Sol a penas se asoma por el Este, vamos caminando a la sombra.

El sendero que estamos recorriendo presenta una pendiente ligera, aunque no deja de ser ascendente en todo momento. De repente, la inclinación aumenta considerablemente y el sendero se convierte en un terreno rocoso que nos brinda una multitud de caminos posibles. Tras aproximadamente 45 minutos de caminata, llegamos al «Primer portillo». Desde este punto, se nos ofrece una vista impresionante de las cañadas que se extienden desde la Iztaccíhuatl, así como del Popocatépetl, que ya se encuentra más tranquilo. Mirando hacia el este, divisamos la ciudad de Puebla y la majestuosa Matlalcuéyatl (La Malinche). Aún más lejos, se aprecia la imponente presencia del Citlaltépetl (Pico de Orizaba) y Sierra Negra. Al oeste, se distingue a lo lejos el perfil del Xinantécatl (Nevado de Toluca). Sin duda, este recorrido nos ofrece la oportunidad de contemplar la grandiosidad de la naturaleza y sentirnos parte de algo realmente extraordinario.

Descansamos unos minutos y aprovechamos para hidratarnos y comer un poco. Tomamos algunas fotos y emprendemos de nuevo el camino. Se nos presenta una breve bajada para después comenzar con inclinado camino de tierra y piedras sueltas. Aquí comienzo a tomar mi propio ritmo, porque de repente el corazón se acelera y hay que mantener la calma y la constancia en la respiración. Nos detenemos brevemente en un par de ocasiones para reagruparnos y por fin llegamos al «Segundo Portillo». Aquí ya hay algunas zonas pequeñas con nieve y con lodo.

Después de reagruparnos, empezamos nuevamente el ascenso, esta vez es por un camino que bordea el Amacuilécatl (los pies de la Iztaccíhuatl), pasamos por un lugar llamado «Las conchitas» y hacia el lado izquierdo hay una cañada con una inclinación muy pronunciada, en las partes donde caminamos sobre nieve, hay que hacerlo con mucho cuidado porque un resbalón aquí, y nos deslizamos un buen tramo hasta las rocas de abajo. Comienzan a aparecer algunas casas de campaña y por fin llegamos al «Tercer portillo» aquí me doy cuenta que la parte de atrás del Amacuilécatl está cubierto por bastante nieve y es un espectáculo que deja sin aliento, recordando la grandeza y la belleza imponente de la naturaleza en su estado más salvaje.

Aunque no hace tanto calor, el Sol cae a plomo, así que descansamos en la sombra por unos minutos. Las piedras están heladas, y es necesario usar una chamarra para conservar el calor, pero la piel, sobre todo de las manos, agradece la tregua de la radiación solar.

A lo largo del camino, las múltiples placas y cruces que se atraviesan ofrecen un testimonio de la desafiante naturaleza de esta actividad. Este recordatorio persistente subraya la importancia de la preparación física y mental, así como la relevancia de contar con la guía experta de personas como Dany. La presencia constante de estos marcadores a lo largo del camino sirve como un recordatorio de la fortaleza que se necesita para enfrentar este desafío y la importancia de no subestimar su magnitud.

Después de descansar, tomamos el «Camino del jabonero» el cual consiste de arena y rocas sueltas, de pronto el avance se hace lento porque cada paso te deslizas unos centimetros hacia abajo, hasta que el camino empieza a volverse más inclinado y más rocoso. Nos dirigimos al «Cuarto portillo» también conocido como «Ojo de Buey» por la enorme roca que tiene un agujero en medio. El terreno es agreste y denota su origen volcánico con formas filosas y caprichosas.

Por fin llegamos a una planicie que también se llega a usar para acampar, y quedamos asombrados por la majestuosidad de la naturaleza que nos rodea, experimentando una sensación de libertad y vitalidad en medio de las imponentes montañas. Entre más alto llegamos, el paisaje se vuelve aún más espectacular, motivándonos a continuar nuestra travesía con un entusiasmo renovado. La foto que acompaña el inicio de esta publicación fue tomada desde este punto.

Dany nos informa que ya estamos muy cerca del objetivo de hoy, así que empezamos a subir por una pared de roca que parece que simplemente emergió del suelo un día, porque parece fuera de lugar respecto al terreno a su alrededor. una vez que pasamos del otro lado, hay mas nieve y ya se puede ver el reugio. El sendero tiene una pendiente descendente que mis muslos agradecen y por fin llegamos hasta la entrada del Refugio 19 del Grupo del Cien.

Satisfechos de estar en este lugar, nos sentimos agradecidos por la oportunidad de estar aquí, con un clima que nos favoreció durante todo el día. En el refugio hay algunos tablones que hacen la función de una cama de emergencia, es muy parecido al Otis McAllister, pero un poco más grande. Hay comida que los viajeros han dejado para que alguen le pueda sacar provecho en un futuro. Lo malo es que también hay algo de basura dentro y fuera, en la zona que se utiliza para acampar.

Tomamos nuestro tiempo para comer, pues somos el primer grupo en llegar. Desde aquí se puede ver el camino que sube hacia la primera rodilla, el cual pasa por la «Cruz de Guadalajara». Se vislumbran nuevos planes en mi mente, aunque dejaremos eso para un futuro no muy lejano.

Unos minutos después llega el segundo grupo también en buenas condiciones a cargo de Ángel. Hay que hidratarse bien para minimizar los efectos de la altura. Aquí estamos a unos 4,700 metros sobre el nivel del mar. Más del doble que la Ciudad de México y de repente se sienten algunas pulsaciones en la frente. Hay quien llega a sentirse un poco mareado o con dolor de cabeza. Es normal hasta cierto punto, pues cada cuerpo es diferente y se adapta de diferentes maneras al entorno. Ya que comimos y nos tomamos algunas fotos, comenzamos el regreso.

En un principio es cuesta arriba, pero pronto se convertirá en una eterna bajada. Aquí empiezo a resentir mi tobillo derecho. El viernes me lo torcí un poco jugando frontenis y no me había dolido durante todo el camino, pero en la bajada la pisada es diferente. Además bajando del «ojo de buey» la pendiente es muy pronunciada. La ruta pasa a ser de arena y piedras sueltas. Pasamos de largo el «tercer portillo» y llegamos nuevamente a una zona con nieve. Al pasar entre dos rocas me resbalo pero por fortuna caigo de espaldas en la nieve así que no me lastimo. Continuamos entre nieve y lodo por unos minutos, teniendo cuidado de no dar la espalda a la pendiente de la montaña para correr menos riesgo de perder el equilibrio.

Llegamos al «segundo portillo» y nos encontramos al tercer grupo que también ya va de regreso con Cristina y Marrufo. Aprovecho para vendarme el pie y tener mejor apoyo en la bajada. Mientras tanto, somos testigos de como un grupo de Rescate Alpino traslada a un senderista que se lesionó el tobillo cerca del refugio. Se requiere mucha fuerza y experiencia para poder ejecutar esas maniobras en estas condiciones. De pronto estoy pensando en ayudar, recordando aquella ocasión en el Nevado de Toluca en la que necesitábamos apoyo y no pudimos conseguir ni una camilla. Pero después de ver algunas de las maniobras que van ejecutando, pienso que si me lastimo realizándolas empeoraré el panorama en lugar de mejorarlo. Mi grupo baja pero yo me quedo detrás del equipo de rescate, no alcancé a pasar con suficiente margen y tampoco quiero estorbar, así que me uno al segundo grupo y vamos bajando detrás de la camilla.

Por fin llegamos al «Primer portillo» y el camino se amplía. Miembros del grupo comparten agua con el equipo de rescate y seguimos con nuestro camino.

A partir de aquí es una bajada no tan pronunciada, por tramos solo es tierra, de repente hay que sortear algunas rocas. Se va suavizando gradualmente, permitiendo una transición más fluida a medida que avanzas por el camino. La tierra bajo los pies ofrece una sensación reconfortante, y las rocas dispersas añaden un cierto desafío que te mantiene alerta.

Los pies duelen un poco mientras el Sol sigue brillando con toda su fuerza antes de que caiga la tarde, la sensación de cansancio se mezcla con la emoción de acercarnos a nuestro objetivo que ya se vislumbra a lo lejos. De mi lado derecho voy observando el camino que atraviesa una enorme cañada, por el cual uno puede llegar al «refugio Otis McAllister».

De pronto, el camino se hace más plano y hay más lodo por la nieve que se ha derretido durante el día, así que hay que ir apoyando bien los bastones e ir pisando con toda la suela de la bota para evitar resbalones a esta altura del reccorido.

Finalmente llegamos a «la Joyita». En lo que esperamos a los demás grupos, podemos disfrutar de unos taquitos campechanos de cecina con longaniza que saben a gloria. No queda más que agradecer a la Iztaccíhuatl por permitirnos regresar con bien y felicitarnos entre nosotros por el gran esfuerzo realizado.

La experiencia de ascender a esta parte de la Iztaccíhuatl es una aventura inolvidable. La emoción, la expectativa, los paisajes impresionantes y la conexión con la naturaleza nos acompañan durante todo el camino.

El ascenso es desafiante, pero la satisfacción de llegar al refugio y de contemplar la vista panorámica es inigualable. Regresamos con un sentimiento de satisfacción y agradecimiento. La aventura nos brinda la oportunidad de conocer nuestros límites, fortalecer nuestro espíritu aventurero y crear recuerdos invaluables. Agradezco a la Iztaccíhuatl por permitirnos vivir esta experiencia única y por mostrarnos su belleza incomparable. También agradezco a mis compañeros de aventura por su apoyo, a los guías de Senderismo México, a sweetie pie por que se que piensa en mí como yo en ella, a mi familia por mandarnos sus buenas vibras siempre y en especial a mi hermano Ulises quien siempre me inspira a llegar más allá.

Acerca de Adrián Mendoza

Amante de la música, lector empedernido de novelas épicas, policiacas y de ciencia ficción; fotógrafo amateur, paracaidista en salto tándem, miembro activo de la Steeler Nation, entusiasta de aprender idiomas, cinéfilo por ocio, ciclista urbano y trepa-cerros.

Publicado el 26 febrero, 2024 en Deportes, hermanos, Naturaleza, Trepando cerros y etiquetado en , , , , , , , . Guarda el enlace permanente. 1 comentario.

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